Shalom, amigos. Uno de los temas más ampliamente
tratados en estas páginas, a lo largo de los años, ha sido el de las quejas de
los mirobrigenses referidas a la limpieza de nuestra ciudad; protestas
motivadas, lógicamente, por el hecho de que nunca fueron nuestras calles
dechado de perfección en tal sentido. Únicamente el tema del abastecimiento de
aguas (al que acudiremos otro día), verdadera cruz histórica de este municipio,
haya sido quizás más tratado que el que hoy nos ocupa.
Ya
fueran ciudadanos indignados por la suciedad de sus propias calles o barrios,
ya expresando sus lamentos por la falta de higiene de la ciudad en su conjunto,
encontramos en nuestra hemeroteca verdaderos tratados acerca de "El
rechazo de la mugre y reivindicación de su destierro". Así pues, no
carguemos todas las culpas en la sociedad de hoy si, al pasar un domingo por la
mañana por la desventurada calle de La Peña, nos vemos obligados a realizar un
vertiginoso slalom para esquivar esos pequeños arroyos que parecen manar
de sus paredes los sábados por la noche, a una altura aproximada de unos 80
centímetros y que, al confluir en el centro de la calle, dejan pequeño al
arroyo de San Giraldo.
Valgan
para demostrar lo endémico y arraigado de tal mal en nuestra ciudad algunos
recortes de los viejos números de "La Voz", comenzando por una queja
firmada por "Farinato", en el nº 10, correspondiente al día 14
de septiembre de 1952: "...¿Por qué no se barren la mayor parte de
los días muchas y céntricas calles de los Arrabales, convertidas a veces en
muladares y focos de reproducción de insectos y parásitos?". Como se
aprecia por el tenor de las palabras del denunciante, el problema era,
entonces, de mayor calado que en la
actualidad; pero claro, desde que se extendieron como una plaga los locos
automovilistas con sus locos cacharros, las pobres mulas pasaron, casi
totalmente, al baúl de los recuerdos, con lo que los muladares ya no pueden
invocarse ni tan siquiera en plan metafórico.
No
con menor enojo protestaba contra la suciedad existente en algunas de nuestras
calles un editorial de "La Voz" del 19 de abril de 1953 (nº 41):
"...pero ¿y esas otras, como la tan poética del Almendro, sin ir más
lejos, donde los detritus esperan con su desecación la desintegración hasta
convertirse en polvo merced a los rayos solares? ¿y esa calle del Correo Viejo
tantas veces vapuleada y puesta en candelero a través de chistes y cantares,
convertida, a un paso de la Plaza, en evacuatorio público, para vergüenza de
propios y extraños, sin olvidar al "portugués de marras" en alusión
al agua de las sardinas de tal cual pescadero?". Viendo el estado
actual de la calle del Almendro, cuna de un afluente del arroyo que
localizábamos antes en la de La Peña, parece que hay calles condenadas a sufrir
eternamente los rigores de este infierno, ¿Quosque tandem, inmunditia,
abutere patientia nostra?.
Claro
que, como dijimos antes, el problema ni es de hoy ni de los años 50. No hay más
que recurrir a esa fuente inagotable de noticias, dimes y diretes que son las coplas
de la Murga para hacerse una idea. En 1922, los Becuadros cantaban: “Si viene algún forastero/ no se te ocurra,
¡Por Dios!/ llevarle por una puerta/ donde hay un “perfumador”./ Pues bien
pudiera ocurrir/ que se venga a divertir/ y le ocurra algo peor/ por no poder
aguantar/ el perfume sin igual/ que hay en la Puerta del Sol”. Por fortuna,
pocos años después, en 1927, el nuevo Alcalde, Don José Manuel Sánchez-Arjona,
dotó debidamente, por vez primera, a la Delegación Municipal de Limpieza Viaria,
bajo la dirección del Concejal Don Amós Belmonte. Así, aprovechando un “donativo
anónimo” de 5.000 pesetas, encargó a Barcelona cuatro carritos de Píccolo, un
furgón cerrado herméticamente para reunir las basuras y un carro-cuba para el
riego de las calles. En otro periódico local, “Tierra Charra”, el día 4 de
Diciembre de 1927, se daba cuenta de la siguiente noticia: "Se ha dado
orden por la Alcaldía para que en el plazo de 8 días queden limpios de basura
los fosos de la Puerta del Sol (...) De ahora en adelante, los residuos que
recojan por la calle los carros "Picolo", se acumularán en depósitos
cerrados, de los que, cada 8 días, se trasladarán a las huertas (...) ¡Buena
falta hacían estas plausibles disposiciones!". Como se ve, en aquellos
días, las basuras se depositaban, a la buena de Dios, en los fosos, vertedero
tradicional de esta ciudad (ahorrándose con ello los ínclitos ediles múltiples
quebraderos de cabeza, estudios sobre permeabilidad y filtraciones, impactos
ambientales y subastas para adquisición de terrenos).
Parece
que, pese a tan "plausible disposición" de la Alcaldía, siguió
vigente la tradición de los fosos como fin de viaje de los carritos
"Picolo", además de ser eterno fin de trayecto de muchos (apresurados
o desalmados) aparatos digestivos. La genial murga "Los X", en
una copla de 1932, cantaba: "Un turista en la muralla/ miraba con
emoción/ la brecha que en las defensas/ abrió el gabacho cañón/ Y pensando
distraído/ su olfato se resintió/ al ver que de aquellas glorias/ las cenizas
removió".
Aun
en 1953, en un artículo firmado por Amadís de Miróbriga, en el nº 73 de "La Voz", del
día 29 de Noviembre de ese año, se formulaba esta pregunta: "¿Sería
muy costoso el adecentamiento de la Puerta de San Vicente y la retirada de los
estercoleros que hay en aquel contrafoso, supresión del vertedero de escombros
y destrucción de aquella garita de consumeros, que hace de aquel lugar algo
nauseabundo y repugnante?".
¡Eterno
problema!. Mas, a pesar de la acusada longevidad del mismo, no vale
desesperarse. No nos llevemos las manos a la cabeza diciendo "Ciudad
Rodrigo está más sucio que nunca", ni las elevemos al cielo al grito de
"Esto no tiene remedio". Ni las posturas alarmistas ni las
derrotistas solucionan el mal; ahora bien, este pobre Lumbroso mentiría si les
dijera que conoce la panacea. Eso sí, sigamos denunciando la falta de higiene,
sin alarmismos ni derrotismos, pero, sea en artículos, coplas o cantares,
denunciémosla, porque la única suciedad que "cien años dura", es la
oculta. La que se saca a la luz, aunque de momento huela, desaparece tarde o
temprano.
Por
hoy, nada más. Mazel Tov.
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