LA HUELGA DE CUERNOS CAIDOS
Todo estaba ya preparado. Los
alares colocados desde hacía días. El maravilloso entramado de madera de la
Plaza Mayor, efímero coso taurino para estas fechas, ya había recibido la
oportuna visita y visto bueno de los servicios municipales. Los bares, como
siempre, atestados de gente ansiosa de oír el Reloj Suelto, verdadero
pistoletazo de salida de la carrera que tantas ganas tenían de comenzar.
Personas que, para calmar esa inquietud de la forma más placentera posible, saciaban
mientras tanto otros apetitos, menos espirituales y más espiritosos. Las
atracciones y los variopintos puestos de venta empezaban a recibir sus primeros
clientes. Los ánimos, como caballos desbocados, prestos para la celebración.
Hasta el clima, otras veces enemigo en esta época del año, se había aliado con
las fiestas y la temperatura, casi primaveral, permitía a la muchedumbre que
llenaba la ciudad ir por la calle en camisa y tumbarse, ajena a las
preocupaciones, en la blanda hierba de Los Pinos mientras esperaba el encierro
de los mansos, obligado prólogo de todos los festejos taurinos que les
esperaban durante el Carnaval.
Y sin
embargo, una pesada quietud, una incómoda tranquilidad flotaba en el ambiente,
indicando a las claras en medio de un día tan vertiginoso que algo no terminaba
de encajar. Ciudad Rodrigo era ese día un perfecto continente vacío de
contenido. La noche iba cayendo sobre las calles por las que había de discurrir
el encierro y los mansos no aparecían. Miles de ojos se volvían, inquisitivos,
interrogantes, ante cada señal que pudiera resolver las dudas que a todos
atormentaban. Cada empleado municipal, cada policía, cada concejal era
sistemáticamente sometido a algo parecido a un interrogatorio de tercer grado,
sin que los torturados pudiesen ofrecer explicación alguna aparte de las
habituales excusas sobre lo relativo de los horarios taurinos.
A la misma hora, dos apresurados
miembros de la Policía Municipal hacía llegar al Alcalde un sobre que,
misteriosamente, había aparecido clavado con una punta del veinte ciento (las
más carnavaleras de todas las puntas) en la puerta del Ayuntamiento. Para la
máxima autoridad local leer la misiva y adquirir un sorprendente tono verdoso
en el rostro fue todo uno: “Los toros y bueyes participantes en los festejos
denominados “Carnaval del Toro 2.008”, a celebrar en Ciudad Rodrigo (en
adelante, los trabajadores), reunidos en asamblea laboral, han adoptado, con
esta misma fecha, los siguientes acuerdos: 1) Nombrar como sus representantes
en el presente conflicto laboral, a los trabajadores “Cestero”, “Lisonjero” y
“Farolero”, que a partir de ahora serán denominados como Comité Sindical. 2)
Hacer llegar al Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo (en adelante La Empresa), por
medio del citado Comité Sindical, las reivindicaciones que en pliego aparte se
detallan, a fin de que sean evaluadas a la mayor brevedad posible por los
correspondientes órganos de la citada Entidad Local. 3) De no aceptarse las
citadas reivindicaciones, los trabajadores se declararán en huelga indefinida.”
Al principio, el Alcalde lo tomó como una de las muchas bromas que, por su
cargo y sobre todo en estas fechas, estaba obligado a aguantar, hasta que el
Jefe de Policía con el semblante tan serio como pueda tenerlo un Jefe de
Policía y con esa forma de hablar, tan de formulario, que solo usan los que
visten uniforme, le informó de que, efectivamente “personados dos agentes de
este Cuerpo de Policía en el lugar denominado Los Chiqueros, sito en el casco
urbano de esta población, han procedido, a las dieciocho horas, a interrogar a
los presuntos infractores, quienes, no obstante las advertencias recibidas, se
han abstenido de efectuar manifestación alguna”. Después de tan sublime
parrafada, y con el rostro ya más relajado, el Jefe comentó al Alcalde:
-Lo curioso es que cada vez que
les enseñábamos la carta, asentían con la cabeza, los muy jodíos. ¡Yo juraría
que hasta se reían!
El rostro del Alcalde pasó del
tono verdoso a una curiosa tonalidad nazarena, más acorde con Semana Santa que
con el Carnaval. Después, maldiciendo su suerte y con mano temblorosa, agarró el teléfono para convocar a los
miembros de la Comisión taurina a una reunión de urgencia, con el único punto
en el Orden del Día de la huelga declarada por el ganado de los festejos
taurinos del Carnaval.
Con puntualidad británica, a
pesar de lo ajetreado de las fechas, los comisionados acudieron al despacho de
la Alcaldía prestos a resolver tan engorroso problema. El Alcalde, como hacen
siempre los Alcaldes, les informó de que él debía ausentarse para recibir al
Pregonero, por lo que el tema quedaba en manos de la Comisión, delegando
expresamente en el Presidente de la misma y encareciendo a sus miembros para
que arreglaran el asunto por costosa que fuera la solución. El Presidente de la
Comisión, una vez se hubo ausentado el Alcalde, elevó los ojos al techo como
implorando la ayuda divina y procedió, acto seguido, a dar lectura a las
reivindicaciones planteadas por “los trabajadores”: “1) Los trabajadores,
durante estas fechas, recibirán triple ración alimenticia. 2) La Empresa se
compromete a suscribir un seguro de vida a cada uno de los trabajadores, del
cual serán beneficiarios los hijos de los mismos. 3) Durante el desarrollo de
las capeas, no podrán permanecer en la Plaza simultáneamente, más de treinta
personas, para no perturbar psíquicamente a los trabajadores 4) Cualquier tirón
en el rabo, golpe u otra vejación física que reciban los trabajadores, durante
su jornada laboral, dará derecho a estos a abandonar el coso y retirarse a los
chiqueros. 5)Estas reivindicaciones se entienden sin perjuicio de todos
aquellos derechos que, recogidos en el vigente Reglamento de Espectáculos
Taurinos Populares, pudiesen devenir en
beneficio de los trabajadores”
El más sanguíneo de los
comisionados, con la cara roja de ira y las venas del cuello a punto de
estallar, pegó un manotazo en la mesa y se levantó, diciendo:
-Pase lo de la comida, pero lo demás son memeces. No estoy
dispuesto a dejarme chantajear por cuatro cornúpetas. ¡Si ya os lo advertí!
-añadió con un extraño tono profético post factum- Los toros tienen que
ser negros, pero, claro, os empeñasteis en que eran más bonitos coloraos ojo
perdiz. ¡Lo que hay es mucho rojo!. ¡Mucho rojo y mucho masón!. El único
remedio es darles caña, coger una garrocha y meterlos en cintura.
Los restantes concejales,
conocedores de que ya otra vez había intentado aplicar ese tipo de ”negociación
colectiva” al Comité Sindical de verdad, el de los trabajadores del
Ayuntamiento, e imaginando con terror las denuncias de los grupos ecologistas y
los titulares de los periódicos, lo calmaron como mejor supieron, al tiempo que
pedían al conserje que trajera una tila al furibundo compañero. Otro de ellos,
más partidario de buscar soluciones, propuso:
-Y ¿Por qué no recurrimos a los moruchos? No sé, pero yo siempre
les he visto cara de esquiroles. Y, hombre, como juego...¡dan mucho juego!
El Presidente, con buen criterio,
le informó que a los moruchos les pasaba lo que a las lentejas de la Armuña, eran más propios de otros actos, más
de tipo gastronómico-festivo. Y terminó sentenciando:
-Querámoslo o no, el Carnaval se llama “Carnaval del Toro” y a
ello debemos atenernos. El asunto es verdaderamente serio. La gente está
parada, como ausente. Podrían pasárselo bien, pero se aburren. Podrían beber,
pero nadie entra en los bares. Podrían bailar, pero ni siquiera las charangas
tienen ganas de tocar. Ahora mismo, todo en Ciudad Rodrigo invita a la fiesta,
pero falta lo más importante, nadie quiere participar en un Carnaval sin toros.
Por tanto, me temo que, al menos por este año, vamos a tener que pasar por el
aro.
Acto seguido, y con la única
excepción del concejal sanguíneo (que no es que votase en contra, sino que se
abstuvo, obligado por la lipotimia que acababa de sufrir después de manifestar,
por quincuagésima vez, que todos los males de las ganaderías charras provenían
de los rojos y masones que se habían infiltrado entre el ganado) la Comisión
aprobó, por mayoría, las condiciones del Comité Sindical y procedió a preparar,
para la firma del Alcalde, un Bando de obligado cumplimiento para los
participantes en encierros, desencierros y capeas, en el que se recogían las
citadas condiciones. Lo peor llegaba ahora, ya que el Presidente, a pesar de su
experiencia taurina, desconocía como se iba a apañar para comunicar al Comité
la aceptación de las condiciones y, aun menos, como se podía llevar a cabo la
firma del pertinente Convenio.
El Jefe de Policía, con la
experiencia acumulada en el interrogatorio a los huelguistas, le acompañó a los
chiqueros y pidió al Presidente de la Comisión que procediera según sus
indicaciones. El Presidente, siguiendo sus instrucciones, se colocó delante de
uno de los bueyes, de nombre “Lisonjero” y, sin decir palabra, se limitó a
asentir con la cabeza, al tiempo que enseñaba la misiva de marras. El buey por
su parte se limitó, asimismo, a asentir y dar un golpe en el suelo. El
Presidente comentó:
-Supongo que esto es un acuerdo,
¿no?
Por toda respuesta el buey se
colocó delante de la puerta de chiqueros, preparado para salir. Los restantes
animales hicieron lo mismo mientras el Reloj Suelto, con bastante retraso,
comenzaba a sonar y la alegría invadía los hasta ahora ensombrecidos rostros de
la gente que esperaba en los alares.
Ya por la noche, y ante las
reiteradas preguntas de los periodistas, el Alcalde, con la confianza reflejada
en su cara, comentaba:
-Lo sucedido este año es un hecho puntual y extraordinario que no
tiene porque repetirse en el futuro. El conflicto planteado se ha resuelto
satisfactoriamente, gracias a las gestiones llevadas a cabo personalmente por
esta Alcaldía y, estoy seguro, en años venideros volverá a existir una total y
absoluta colaboración entre este Ayuntamiento y el ganado del Carnaval, como siempre
ha sucedido.
Y, aunque inmediatamente se
arrepintió de haber hablado de colaboración entre el Consistorio y unos
animales, para colmo irracionales, consideró que había salido airoso del trance
y se dirigió, con porte seguro (aunque vigilando de reojo al colérico concejal
de la garrocha, quien había empezado a dirigir extrañas miradas a los
representantes de la Prensa, mientras escarbaba con el pie derecho el enlosado
de la Plaza Mayor), al acto del Pregón, que también, como todo aquel viernes,
empezaba con bastante retraso.
Cuentan, quienes conocen el tema,
que a pesar de las confiadas palabras del Alcalde, y en previsión de males
mayores, dos meses antes de los siguientes Carnavales tuvo lugar, en una
conocida finca de los alrededores, una extraña y casi secreta reunión a la que
asistieron, por un lado, los miembros
de la Comisión Taurina del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo y, por otro, cinco
representantes (con cuatro patas y cuernos), de las más afamadas ganaderías de
bravo de la comarca, entre ellos “Lisonjero” que, no en vano, había adquirido
justa fama de negociador entre sus congéneres.
¡Ah!, Lo olvidaba. A dicha
reunión también asistió, en calidad de traductor, el Jefe de Policía. O, al
menos, eso es lo que cuentan.
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