martes, 2 de febrero de 2016

LA HUELGA DE CUERNOS CAÍDOS.

Dentro de las colaboraciones para el Libro del Carnaval, en 2003 le tocó el turno a este "engendro", una especie de cuento de carnaval...

LA HUELGA DE CUERNOS CAIDOS




Todo estaba ya preparado. Los alares colocados desde hacía días. El maravilloso entramado de madera de la Plaza Mayor, efímero coso taurino para estas fechas, ya había recibido la oportuna visita y visto bueno de los servicios municipales. Los bares, como siempre, atestados de gente ansiosa de oír el Reloj Suelto, verdadero pistoletazo de salida de la carrera que tantas ganas tenían de comenzar. Personas que, para calmar esa inquietud de la forma más placentera posible, saciaban mientras tanto otros apetitos, menos espirituales y más espiritosos. Las atracciones y los variopintos puestos de venta empezaban a recibir sus primeros clientes. Los ánimos, como caballos desbocados, prestos para la celebración. Hasta el clima, otras veces enemigo en esta época del año, se había aliado con las fiestas y la temperatura, casi primaveral, permitía a la muchedumbre que llenaba la ciudad ir por la calle en camisa y tumbarse, ajena a las preocupaciones, en la blanda hierba de Los Pinos mientras esperaba el encierro de los mansos, obligado prólogo de todos los festejos taurinos que les esperaban durante el Carnaval.
Y sin embargo, una pesada quietud, una incómoda tranquilidad flotaba en el ambiente, indicando a las claras en medio de un día tan vertiginoso que algo no terminaba de encajar. Ciudad Rodrigo era ese día un perfecto continente vacío de contenido. La noche iba cayendo sobre las calles por las que había de discurrir el encierro y los mansos no aparecían. Miles de ojos se volvían, inquisitivos, interrogantes, ante cada señal que pudiera resolver las dudas que a todos atormentaban. Cada empleado municipal, cada policía, cada concejal era sistemáticamente sometido a algo parecido a un interrogatorio de tercer grado, sin que los torturados pudiesen ofrecer explicación alguna aparte de las habituales excusas sobre lo relativo de los horarios taurinos.
 
El maravilloso entramado de madera de la Plaza Mayor...
A la misma hora, dos apresurados miembros de la Policía Municipal hacía llegar al Alcalde un sobre que, misteriosamente, había aparecido clavado con una punta del veinte ciento (las más carnavaleras de todas las puntas) en la puerta del Ayuntamiento. Para la máxima autoridad local leer la misiva y adquirir un sorprendente tono verdoso en el rostro fue todo uno: “Los toros y bueyes participantes en los festejos denominados “Carnaval del Toro 2.008”, a celebrar en Ciudad Rodrigo (en adelante, los trabajadores), reunidos en asamblea laboral, han adoptado, con esta misma fecha, los siguientes acuerdos: 1) Nombrar como sus representantes en el presente conflicto laboral, a los trabajadores “Cestero”, “Lisonjero” y “Farolero”, que a partir de ahora serán denominados como Comité Sindical. 2) Hacer llegar al Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo (en adelante La Empresa), por medio del citado Comité Sindical, las reivindicaciones que en pliego aparte se detallan, a fin de que sean evaluadas a la mayor brevedad posible por los correspondientes órganos de la citada Entidad Local. 3) De no aceptarse las citadas reivindicaciones, los trabajadores se declararán en huelga indefinida.” Al principio, el Alcalde lo tomó como una de las muchas bromas que, por su cargo y sobre todo en estas fechas, estaba obligado a aguantar, hasta que el Jefe de Policía con el semblante tan serio como pueda tenerlo un Jefe de Policía y con esa forma de hablar, tan de formulario, que solo usan los que visten uniforme, le informó de que, efectivamente “personados dos agentes de este Cuerpo de Policía en el lugar denominado Los Chiqueros, sito en el casco urbano de esta población, han procedido, a las dieciocho horas, a interrogar a los presuntos infractores, quienes, no obstante las advertencias recibidas, se han abstenido de efectuar manifestación alguna”. Después de tan sublime parrafada, y con el rostro ya más relajado, el Jefe comentó al Alcalde:

-Lo curioso es que cada vez que les enseñábamos la carta, asentían con la cabeza, los muy jodíos. ¡Yo juraría que hasta se reían!       

El rostro del Alcalde pasó del tono verdoso a una curiosa tonalidad nazarena, más acorde con Semana Santa que con el Carnaval. Después, maldiciendo su suerte y con mano temblorosa,  agarró el teléfono para convocar a los miembros de la Comisión taurina a una reunión de urgencia, con el único punto en el Orden del Día de la huelga declarada por el ganado de los festejos taurinos del Carnaval.



Con puntualidad británica, a pesar de lo ajetreado de las fechas, los comisionados acudieron al despacho de la Alcaldía prestos a resolver tan engorroso problema. El Alcalde, como hacen siempre los Alcaldes, les informó de que él debía ausentarse para recibir al Pregonero, por lo que el tema quedaba en manos de la Comisión, delegando expresamente en el Presidente de la misma y encareciendo a sus miembros para que arreglaran el asunto por costosa que fuera la solución. El Presidente de la Comisión, una vez se hubo ausentado el Alcalde, elevó los ojos al techo como implorando la ayuda divina y procedió, acto seguido, a dar lectura a las reivindicaciones planteadas por “los trabajadores”: “1) Los trabajadores, durante estas fechas, recibirán triple ración alimenticia. 2) La Empresa se compromete a suscribir un seguro de vida a cada uno de los trabajadores, del cual serán beneficiarios los hijos de los mismos. 3) Durante el desarrollo de las capeas, no podrán permanecer en la Plaza simultáneamente, más de treinta personas, para no perturbar psíquicamente a los trabajadores 4) Cualquier tirón en el rabo, golpe u otra vejación física que reciban los trabajadores, durante su jornada laboral, dará derecho a estos a abandonar el coso y retirarse a los chiqueros. 5)Estas reivindicaciones se entienden sin perjuicio de todos aquellos derechos que, recogidos en el vigente Reglamento de Espectáculos Taurinos Populares, pudiesen  devenir en beneficio de los trabajadores”
El más sanguíneo de los comisionados, con la cara roja de ira y las venas del cuello a punto de estallar, pegó un manotazo en la mesa y se levantó, diciendo:

-Pase lo de la comida, pero lo demás son memeces. No estoy dispuesto a dejarme chantajear por cuatro cornúpetas. ¡Si ya os lo advertí! -añadió con un extraño tono profético post factum- Los toros tienen que ser negros, pero, claro, os empeñasteis en que eran más bonitos coloraos ojo perdiz. ¡Lo que hay es mucho rojo!. ¡Mucho rojo y mucho masón!. El único remedio es darles caña, coger una garrocha y meterlos en cintura.

Los restantes concejales, conocedores de que ya otra vez había intentado aplicar ese tipo de ”negociación colectiva” al Comité Sindical de verdad, el de los trabajadores del Ayuntamiento, e imaginando con terror las denuncias de los grupos ecologistas y los titulares de los periódicos, lo calmaron como mejor supieron, al tiempo que pedían al conserje que trajera una tila al furibundo compañero. Otro de ellos, más partidario de buscar soluciones, propuso:

-Y ¿Por qué no recurrimos a los moruchos? No sé, pero yo siempre les he visto cara de esquiroles. Y, hombre, como juego...¡dan mucho juego!



El Presidente, con buen criterio, le informó que a los moruchos les pasaba lo que  a las lentejas de la Armuña, eran más propios de otros actos, más de tipo gastronómico-festivo. Y terminó sentenciando:

-Querámoslo o no, el Carnaval se llama “Carnaval del Toro” y a ello debemos atenernos. El asunto es verdaderamente serio. La gente está parada, como ausente. Podrían pasárselo bien, pero se aburren. Podrían beber, pero nadie entra en los bares. Podrían bailar, pero ni siquiera las charangas tienen ganas de tocar. Ahora mismo, todo en Ciudad Rodrigo invita a la fiesta, pero falta lo más importante, nadie quiere participar en un Carnaval sin toros. Por tanto, me temo que, al menos por este año, vamos a tener que pasar por el aro.

Acto seguido, y con la única excepción del concejal sanguíneo (que no es que votase en contra, sino que se abstuvo, obligado por la lipotimia que acababa de sufrir después de manifestar, por quincuagésima vez, que todos los males de las ganaderías charras provenían de los rojos y masones que se habían infiltrado entre el ganado) la Comisión aprobó, por mayoría, las condiciones del Comité Sindical y procedió a preparar, para la firma del Alcalde, un Bando de obligado cumplimiento para los participantes en encierros, desencierros y capeas, en el que se recogían las citadas condiciones. Lo peor llegaba ahora, ya que el Presidente, a pesar de su experiencia taurina, desconocía como se iba a apañar para comunicar al Comité la aceptación de las condiciones y, aun menos, como se podía llevar a cabo la firma del pertinente Convenio.  

El Jefe de Policía, con la experiencia acumulada en el interrogatorio a los huelguistas, le acompañó a los chiqueros y pidió al Presidente de la Comisión que procediera según sus indicaciones. El Presidente, siguiendo sus instrucciones, se colocó delante de uno de los bueyes, de nombre “Lisonjero” y, sin decir palabra, se limitó a asentir con la cabeza, al tiempo que enseñaba la misiva de marras. El buey por su parte se limitó, asimismo, a asentir y dar un golpe en el suelo. El Presidente comentó:

-Supongo que esto es un acuerdo, ¿no?

Por toda respuesta el buey se colocó delante de la puerta de chiqueros, preparado para salir. Los restantes animales hicieron lo mismo mientras el Reloj Suelto, con bastante retraso, comenzaba a sonar y la alegría invadía los hasta ahora ensombrecidos rostros de la gente que esperaba en los alares.

Ya por la noche, y ante las reiteradas preguntas de los periodistas, el Alcalde, con la confianza reflejada en su cara, comentaba:

-Lo sucedido este año es un hecho puntual y extraordinario que no tiene porque repetirse en el futuro. El conflicto planteado se ha resuelto satisfactoriamente, gracias a las gestiones llevadas a cabo personalmente por esta Alcaldía y, estoy seguro, en años venideros volverá a existir una total y absoluta colaboración entre este Ayuntamiento y el ganado del Carnaval, como siempre ha sucedido. 

Y, aunque inmediatamente se arrepintió de haber hablado de colaboración entre el Consistorio y unos animales, para colmo irracionales, consideró que había salido airoso del trance y se dirigió, con porte seguro (aunque vigilando de reojo al colérico concejal de la garrocha, quien había empezado a dirigir extrañas miradas a los representantes de la Prensa, mientras escarbaba con el pie derecho el enlosado de la Plaza Mayor), al acto del Pregón, que también, como todo aquel viernes, empezaba con bastante retraso.

Cuentan, quienes conocen el tema, que a pesar de las confiadas palabras del Alcalde, y en previsión de males mayores, dos meses antes de los siguientes Carnavales tuvo lugar, en una conocida finca de los alrededores, una extraña y casi secreta reunión a la que asistieron, por un lado,  los miembros de la Comisión Taurina del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo y, por otro, cinco representantes (con cuatro patas y cuernos), de las más afamadas ganaderías de bravo de la comarca, entre ellos “Lisonjero” que, no en vano, había adquirido justa fama de negociador entre sus congéneres.

¡Ah!, Lo olvidaba. A dicha reunión también asistió, en calidad de traductor, el Jefe de Policía. O, al menos, eso es lo que cuentan. 

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